La voz del sol ya aparece en Casablanca, arribamos al lugar donde nacerá este nuevo vientre, temazcalli, mientras la bruma besa los cerros y los ojos de todos. Mañana de un día sábado de Mayo con 20 seres, recordándonos los 20 nahuales mayas, abuelos viajeros del tiempo, expresándose en la comunidad de acordar y construir.
La faena avanza, hombres y mujeres de fuego, de agua, de aire, de tierra; se dan al milagro de convivir un propósito, levantar un temazcal de sueños y limpieza. En voto de silencio avanzamos construyendo altar, fuegos, temazcal y lugar de práctica; el camino del guerrero se traza en el hacer conviviendo, en la observación presente de si mismo y de la Naturaleza que nos acoge y nos habla.
Tres mujeres rezamos, cantamos, acallamos, endulzando el fuego del altar. Otras manos anudan, cortan leña, trazan círculos en la tierra madre para ir levantando cada curvada expresión de esta antigua forma de reunión y sanación que es el temazcal.
El sol avanza dándonos su calor.
El silencio es lo único que nos acompaña, para que gestemos nuestro espejo de obsidiana, para que nos miremos con la piel y las entrañas, para que reconozcamos nuestra comunión con el Universo, para hacernos simples como las piedras. Los espacios ya están listos para la práctica, cada uno en su tarea contempla, trabaja, dirige, ayuda. Vamos andando el camino de las piedras sagradas de nuestros corazones que se encenderán y arderán en su intento perenne de luz y calor.
El temazcal ya ha sido levantado por manos humanas, de hombres y mujeres, que anudaron el vientre, enlazando el intento, recuperando el círculo sagrado de reunión, viajamos en el silencio de hacernos sencillos.
Aprender es volverse accesible a las nuevas relaciones, a los conocimientos. Más que la habilidad de un maestro, tiene que ver con la disposición de observar y abrirse a la posibilidad de transformarse. No hay nada que descartar de la observación, toda pregunta debe ser portada.
La atención y el intento están en entablar relaciones con las cosas, si vivimos en comunidad vivimos en la Tierra, y entonces el desafío es relacionarnos con los 4 elementos que la conforman: Tierra/ Agua/ Aire/ Fuego. Esta relación con todo lo que Es está dada por la convivencia profunda y la aceptación de aquello que aparece en esa relación consciente.
Podemos vivir nuestra relación con la naturaleza más allá del tradicional “paseo” por ella, vamos despertando a la consciencia profunda de que convivimos en y con ella, somos también conformados por los cuatro elementos, caminamos continuamente sobre ella, sostenidos por la Tierra en todo momento, refrescados y limpiados por el Agua cada día, vibrantes de canto y aliento de Aire segundo a segundo ...viajando en el invisible Fuego.
La abuela Fabiana nos recuerda, en otro fuego, en otro tiempo: “las piedras son los oidos de la madrecita Tierra, todo aquel que las porte debe recordarlo, la madrecita le está escuchando en todo momento... atención entonces a tus palabras”
El ser portador existe al hacerse consciente de la relación con algo –una piedra, un sueño, una misión-, siente que estás siendo el portador de algo. Una vez que se entabla esta relación, es una relación de mutuo apoyo. Lo que surge de allí es porque uno ha entablado una relación consciente, por eso se produce el intercambio y la piedra –el sueño, la misión, el camino- “funciona” o más bien se manifiesta.

En medio del trabajo con el temazcal y el Silencio, en medio del recuerdo de las piedras y los abuelos, recuperamos nuestra relación con el cuerpo, con nuestro cuerpo en movimiento, soprendido por su propia habilidad, más allá de la edad o la destreza, vamos dejando que los ejercicios planteados se introduzcan en el cuerpo, no forzamos nada, ponemos nuestra energía como un juego de niños, un juego que se juega en serio, movilizando nuestra atención, nuestro intento, nuestra respiración... a saltos como de animales nos alineamos con este cielo, nos hacemos alquimia de energía sin tiempo.
Cuando llega el atardecer, las abuelas piedras abren sendos corazones de fuego y nos dicen que ya es momento, el vientre despierta a su calidez en donde compartimos nuevamente, un renacimiento. En la oscuridad y el silencio compartimos ese viaje sencillo y milenario a nuestra memoria humana de recreación, de reconocimiento en todo lo que nos rodea, en la semilla que somos una y otra vez sobre esta tierra.
Este vivenciarnos como humanos en un compartir común de creación y aprendizaje, tuvo el sabor de recuperar la inocencia, realizándonos profundamente en lo sencillo de cuidar un fuego, recoger leña, compartir el silencio, caminar por el cerro. Descubrir y portar con libertad y alegría lo que somos, es ser todos nuestros registros humanos al tiempo, niños felices de saltar y desafiar su cuerpo, jóvenes conmovidos al ver la tarea compartida y percibir el regocijo del corazón, adultos plenos y confiados de su comunidad humana y ancianos dulces y sabios, abiertos y receptivos a la sabiduría de reconocer que todo es parte de la vida.
¡Cuánta fortuna de compartir esta vivencia!¡Tamaña alegría de vernos a todos en este fluir! Cada uno sosteniéndose de pie sobre la madre, de cara al padre luminoso, sencillo y total.
Hasta compartir el alimento fue un revivir esas antiguas formas, con libertad sin más ceremonia que el disfrute y la convivencia.
¿Habrá sido el Silencio lo que nos ayudó a vincularnos tan claramente?
por María Ka Ahau María